BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

ELEMENTOS FUNDAMENTALES PARA LA TEORÍA Y ESTRATEGIA DE LA TRANSICIÓN SOCIALISTA LATINOAMERICANA Y MUNDIAL

Antonio Romero Reyes



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Organizar el campo popular: condición básica de unidad política para la transformación socioeconómica.

Tal como están las cosas, y a casi un año de distancia, nuestro país se encamina a renovar el consenso neoliberal mediante las elecciones presidenciales previstas en abril del 2011; y si las expectativas del Dr. Alan García se cumplieran, seremos espectadores pasivos de su retorno a la presidencia del Perú para el quinquenio 2016-2021, con todo lo que esto puede significar por sus antecedentes bajo los dos periodos de gobierno aprista (1985-1990 y 2006-2011). Más neoliberalismo, más corrupción y más “sorpresas” es lo que cabría esperar. Pareciera que el país y la mayoría del pueblo peruano están dispuestos a recorrer una vía (de desarrollo y enriquecimiento pero para los poderosos de siempre) que implica más de lo mismo, incluso en el año del Bicentenario de la Independencia del Perú (2021) donde el relevo en la conducción del Estado pasaría –si esta inercia continúa— a manos de otro de los representantes del referido consenso (para el periodo 2021-2026), y así sucesivamente. Es lo que espera y ha presagiado con toda seguridad Mario Vargas Llosa (MVLL).

Al menos para los próximos 15 años, ese es justamente el horizonte político a futuro que la derecha peruana, económica y política, está viendo en estos momentos, en términos de satisfacer antes que nada sus propios intereses. La perpetuación del “modelo económico” y el consenso político que lo respalda, significa la continuación del saqueo, la expoliación y los big business para las elites, los círculos de poder que les sirven y la cohorte de compinches, sumisos y segundones.

La inercia que representa el continuismo de derecha es presentada ideológicamente como sinónimo de “crecimiento”, “modernidad” y “democracia”, palabras vaciadas de todo contenido sustantivo (es decir, social e histórico), viniendo incluso acompañadas de “participación”, “solidaridad” y “respeto al medio ambiente”. Para mantener y reproducir en el tiempo la inercia/continuidad del “modelo”, evitando asimismo el aburrimiento del electorado, la derecha necesita –para el recambio— de una izquierda que le sea funcional. Es lo que MVLL identificó como “izquierda democrática” o “izquierda socialdemócrata”, tal como está gobernando en Brasil, Uruguay, recientemente en Nicaragua y hace poco en el Chile de la Bachelet. En otras palabras, una izquierda “modernizada” para mantener el estatus quo realmente existente (capitalismo y colonialidad del poder for ever). Puro “pantallazo” es lo que desea el buen escribidor, lo que en lenguaje más pedestre quiere decir: cambiar de rostros y ropaje para que nada cambie, y de esta manera todo se encamine con apariencia democrática y equilibrio social; pues en algunos periodos la derecha gobernará para-si-misma y en otros le tocará el turno a esa “izquierda” que supuestamente favorecerá al “pueblo”... ¡Qué maravilla! La noción de “democracia dinámica, real, auténtica” que maneja el célebre escritor corresponde al discurso de las armonías universales, tan caro a las filosofías basadas en el racionalismo -moderno y colonialista a la vez— y las “leyes naturales” (las leyes de la naturaleza son otra cosa). Esa es la belleza argumentativa contenida en las opiniones de MVLL, tan caro también al discurso de los Bilderberg.

Frente a tales veleidades para cautivar la imaginación de los y las “creyentes”, sostenemos que una participación política unitaria en la próxima lid electoral, desde el campo popular, debe ser vista como parte de una trama más compleja y de un proceso de largo aliento. A la hegemonía de la derecha debemos contraponerle otra visión o perspectiva, capaz de convocar la adhesión, la organización y el compromiso de los sectores populares; aunque actualmente estos mismos sectores populares tengan la “mirada crítica” embotada por las ilusiones del crecimiento económico “para todos”. Una candidatura que pretenda representar al campo popular solamente desde el “nacionalismo” de Ollanta Humala basándose en los votos obtenidos en el 2006, cuando en realidad ese capital electoral –tanto el sr. Humala como su partido— lo fueron desperdiciando en los cuatro últimos años, sin traducirlo además en organización; o basándose en el manido argumento de ser la “principal fuerza de oposición”, argumento más bien insignificante si evaluamos los resultados de esa “oposición” a lo largo del actual régimen. Una candidatura “unitaria” que se apoye en estos criterios llevará inevitablemente a la derrota. Lo mismo cabría decir si la candidatura y/o el mismo personaje surgieran de las cuatro paredes de un cónclave de partidos.

Llegamos a un año electoral con un pueblo peruano desorganizado y desmovilizado, pero también desmotivado, donde el estado de ánimo está domeñado por la apatía, el desánimo y la desconfianza; el horizonte de sus luchas ha sido encuadrado por el capital y su Estado, así como por las mismas dirigencias, a las reivindicaciones que son atendibles dentro del sistema de poder existente. Es un verdadero anacronismo exigirle al estado que se comporte como un “Estado de Bienestar”, cuando la globalización capitalista ha transformado a los estados periféricos y dependientes en estados de clase, aun con regímenes “de izquierda” por los que pregona MVLL. ¿Qué entendemos por la clase de los capitalistas, en un país como el Perú? Comprende a grandes propietarios y empresarios (monopolistas, mercantilistas, patrimonialistas), inversionistas, banqueros, especuladores y rentistas; asistidos y defendidos por toda la pléyade de tecnócratas, ejecutivos y gerentes, burócratas y funcionarios públicos, la alta jerarquía de la iglesia católica, medios masivos de comunicación, altos mandos de las fuerzas armadas y policiales. Es el Estado (en teoría: “de todos los peruanos”) que ha sido secuestrado y apropiado por toda la derecha criolla, secularmente colonialista, en un abanico que va desde las posiciones más conservadoras y cavernarias, como la que representa el sr. Rafael Rey y la línea editorial de El Comercio, hasta el neoliberalismo fundamentalista; en el medio de estas polaridades, como parte de todo el espectro derechista, tenemos al liberalismo mercantilista y al populismo “chicha”, “achorado” y embustero que representa la sra. Keiko Fujimori.

A pesar de la fuerza y contundencia que tuvieron contra Fujimori y su régimen, las masivas movilizaciones del 2000 fueron coyunturales. El encumbramiento político de Alejandro Toledo provino justamente de esa ola social, sobre la cual este personaje –hoy nuevamente con aspiraciones presidenciales, torpemente disimuladas— supo montarse hábilmente, para después traicionar sus compromisos electorales sometiéndose al consenso neoliberal ya como gobernante; encabezando un gobierno que se dedicó a favorecer, en primer lugar, los intereses corporativos norteamericanos (asegurar el “sí o sí” a la suscripción del TLC), en segundo lugar a su círculo de amigos, en tercer lugar... De otra parte, la victoria política tras los sucesos de Bagua del 5 de junio 2009, si bien hicieron retroceder temporalmente al gobierno neoliberal de García en sus propósitos de privatizar los territorios indígenas ancestrales en la amazonía peruana, dicho retroceso tuvo en contrapartida el descabezamiento de la dirigencia de AIDESEP que lideraba la lucha, mediante la persecución política y el sometimiento a juicio de sus “apus”; consiguiendo el gobierno eliminar, de esta manera, la posibilidad de articulación (orgánica y estratégica) de las luchas indígenas con las de otros sectores populares. Por eso fue una “victoria pírrica” para gente como MVLL. Tan “pírrica” fue además dicha “victoria” que recientemente una federación Awajún y tres federaciones Aguarunas, se declararon independientes de la Confederación de Nacionalidades Amazónicas (CONAP), de la que son todavía integrantes, pero también tomando distancia de AIDESEP, con respecto a decisiones políticas autónomas e intermediación de organizaciones nacionales y ONGs ante al gobierno.

Las circunstancias sociales y políticas que imperan en la sociedad peruana impiden cualquier pretensión de reproducir los casos boliviano y ecuatoriano, porque las condiciones de partida para ello (movilización social o ciudadana, organización popular) están ausentes hoy en el Perú y tienen más bien que ser (re)impulsadas, tras décadas de dispersión, inacción y parálisis, así convengamos que la gravedad de los problemas que encumbraron a Evo Morales y Rafael Correa en sus respectivos países son muy similares al nuestro (lo más evidente: la corrupción campante, pero también hay otros). Tanto en el caso boliviano como ecuatoriano la llegada al gobierno por parte de Morales y Correa, y sus respectivas organizaciones, tuvieron como pre-requisito esencial a una “sociedad civil” que pasó de la protesta a la movilización por demandas políticas. Son procesos que fueron madurando en varios años y no de la noche a la mañana. En ambos casos, la movilización social fue conducida hacia los canales institucionales y legales que brinda el “estado de derecho” para emprender reformas constitucionales mediante sendas asambleas constituyentes. La conjunción de los dos elementos (movilización social y reforma del Estado a través de cambios en la Constitución) han dado lugar a la vía boliviana y la vía ecuatoriana, que la propaganda gubernamental en cada país (o de los seguidores) se ha esforzado por vincular con el “Socialismo del Siglo XXI”. Este es un tema que seguirá abierto al debate durante algún tiempo, pues –como dice Olmedo Beluche (2010)— sigue reinando la “confusión ideológica”. La cuestión clave para nosotros es la relación entre el líder respaldado por un movimiento/partido y las masas organizadas (en el populismo clásico latinoamericano la relación era simplemente “líder-masas”) lo cual permite diferenciar ambas vías, así como a cada una de estas con relación a la perspectiva del Socialismo del Siglo XXI. En el caso boliviano fue el rol protagónico tanto de Evo Morales como de la organización popular y comunitaria; en Ecuador el protagonismo político de Correa se apoyó en las “movilizaciones ciudadanas” que, en cambio, nunca cristalizaron en organización. De los dos casos, la boliviana quizás sea la más interesante y aleccionadora experiencia para el Perú; sobre la cual, sin embargo, es muy poco lo que se ha debatido. La experiencia ecuatoriana, en cambio, nos enseña lo que ocurre cuando la política “progresista” termina girando alrededor del líder, por muy destacado que haya sido su rol en la lucha política previa a su asunción presidencial. La expresión concreta y real de los nuevos enunciados constitucionales en el empoderamiento político de los sectores populares y sus representaciones en el aparato estatal (en el caso boliviano, las organizaciones indígenas), su participación en la gestión pública en términos de orientaciones y decisiones; en suma, la cuestión del poder con relación al Estado y el capital, es un asunto que los partidarios y seguidores de ambas vías (boliviana y ecuatoriana) dejaron en el camino, contentándose solamente con el cambio de régimen político.

En el caso peruano tenemos un escenario político donde el predominio de la derecha es claro y relativamente “aplastante” en términos de abundancia de mensajes (por muy banales y trillados que sean), proyección de candidaturas e intención de votos; con masas populares en estado de “malestar” pero desmovilizadas, desorganizadas e inermes. Una candidatura “unitaria” en estas condiciones, insistimos, es una ruta segura hacia la derrota electoral y política. Nuestra tesis es que el eje de la unidad política del campo popular debe ser la organización de las masas y sectores populares, si queremos construir una vía propia para afrontar en serio la transformación de las estructuras y relaciones sociales, económicas y de poder en el Perú. Esta estrategia no tiene por qué ser colocada solamente en función de las próximas elecciones presidenciales.

Emplazamos al pueblo peruano en su diversidad de expresiones a poner en práctica un proceso de unidad sobre la marcha, ya mismo y desde ahora, sin tener por qué esperar el visto bueno o la “autorización” de las dirigencias. Todo lo contrario, hay que imponerles a estas dirigencias la voluntad popular. Cualquier resistencia por parte de dirigencias anquilosadas, conciliadoras u oportunistas, deberá ser rebasada por el movimiento hacia la unidad del “pueblo” desde sus distintas prácticas, espacios, sectores, reivindicaciones, etc. Tomad la iniciativa y sed también protagonistas, cread mecanismos, promoved la discusión, animad ideas; difundid por todos los canales y medios accesibles (correos electrónicos, Internet, volantes, radios populares y medios alternativos); dejad y abandonad de una vez por todas la inercia y el inmovilismo; confiad y creed en vuestras propias fuerzas y fortalezas, no las enajenéis a cambio de votos ni promesas; perded el miedo a la incertidumbre de lo nuevo y desconocido; rechazad y romped con los fanatismos/dogmatismos de derecha e izquierda; romped con todo “modelo” o esquema pre-establecido (la vida no está hecha en base a “fórmulas”); sacudid a vuestros dirigentes, reemplazadlos/ revocadlos si siguen atrapados por la amnesia y la rutina; presionad de las más diversas maneras para que vuestras manifestaciones concretas de unidad (frentes, etc.) se expresen además políticamente. Exigid a los partidos y movimientos políticos un evento nacional a fin de optar por una representación digna del campo popular para las elecciones del 2011. No hay otra manera de empezar a cambiar el estado de cosas que parece aplastarnos, ni dejéis llevar por las apariencias.


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